Dicen que toda arte arte marcial esconde un plano de
serenidad y respeto, pero mientras tanto hay golpes y se libera tensión. Sobra decir
que mi actitud no es violenta.
Pero todos tenemos etapas de rabia, de golpes a paredes,
gritos. Rabia, impotencia y ahogo. La culpa se la echo al universo; sí, ya sé
que antes de verano escribí “Buenos días, universo”. Hoy le dedicaría otra
frase. Ya, ya no me creo que algún día pueda equilibrar nuestra balanza. Habrá alegrías,
creo en ella y las espero ansiosa. Pero ya no me creo que consigan disipar los
nubarrones grises.
Soy consciente de que mi cuerpo no es gran cosa, que
cualquier fuerza física puede derribarme, pero tengo una fuerza mental
desmesurada. “Si las miradas matasen”, me
conocerían como asesina en serie. Si cada vez que me mordiese el labio
inferior, por impotencia, mordiera la mano de alguien, habría colapsos en salas
de enfermerías.
Si el mundo fuera justo, conseguiría vivir sin miedo. Es triste
tener tanto miedo. Miedo a la oscuridad, miedo a sitios cerrados, miedo al
tráfico, miedo a las despedidas, miedo a vivir. Lo malo es que no se me ocurre
otro tipo de reacción.