Ya no es nada nuevo mi alto consumo de cafeína ni el efecto
de ésta, ni la velocidad que adquieren mis latidos. Tampoco son nuevas las
relevaciones que da mi corazón, la trasparencia del fondo de mi pensamiento,
mis sueños y mis miedos. No es nuevo el sofá de ese bar, tampoco la mezcla de
pena y rabia que me dan los finales de algunas amistades.
No todos los días encuentro cafeinómanos, como yo. Hemos compartido
anécdotas del pasado, comentarios sobre personas en común y algunos sueños. Es curioso:
he conocido a muchas personas que se llaman así y nunca me ha enfadado con
ninguno; también es curioso que, justo hoy, haya vuelto a ese lugar, regado por
lágrimas tanto tiempo atrás, ese que produjo temblores y nudos en estómago. Curioso
que al levantarme del sofá el mareo haya sido cuestión de segundos. Curiosa la
seguridad con la que he reprendido el camino a casa. Pero lo más curioso de
todo es que la llegada a mi portal me ha recordado a mi tierna infancia, con
pompas de jabón.
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