Puede que esté mezclando chicles con cafés, y aun así mi
ansiedad persista. Puede que deje a un lado la lógica y picotee pequeñas dosis
de nicotina en forma de cigarros electrónicos. Puede que haya vuelto a valorar muchísimo
la música y las voces.
Pero hay algo que no cambia. Busco el AMOR en cada rincón del
barrio, en cada minuto del día. Leo teorías como que hay que olvidarse de algo
para encontrarlo o que las cosas llegan cuando dejas de creer en ellas. ¿Mi versión?
Que nadie puede ir por delante que él. Puede que tú, amor, ya seas parte de mi
mundo; o que estés por llegar.
Y otro tema que me revienta es la clásica pregunta de los
prototipos. A los quince años, soñaba con que fueras alto, tocases la guitarra
y tuvieras un piercing en la ceja. Más tarde preferí que fueras bajo; me empecé
a obsesionar con el color de tus ojos, y, más tarde, con el tamaño de tus manos.
El primer amor me presentó una idea más real; imprescindible
que tu mirada me dé vértigo, sumado a otros factores como la detención de
cualquier reloj. He visto cafés llenos de amor, también miradas. He visto promesas
eternas, superaciones, vidas nuevas. Y, puede que lo más efectivo, he visto que
el amor llega incluso cuando has renegado mil veces de él. Por eso trato de
verte en cada persona que veo por la calle, cualquier vecino, cualquier amigo. Porque
nadie sabe nada, hasta que llega. Haré alusión a la famosa saga adolescente. “Entonces
no es la tierra quien te sostiene, sino ella/él)” Sí, debe de ser algo así. Es
más que parar el tiempo, más que “mariposas”, más que besos, más que sexo… más
que todo.
No me cansaré d esperarte.