He dado con un nuevo rincón; allí hay estilo, hay
autenticidad y también hay imaginación.
Aun me sorprende el poder que tienen las malas rachas. Da
igual que apenas conozcas a alguien; le cuentas tus problemas, compartes café e
incluso lloras de risa, te emocionas y buscas cualquier mirada cuando sientes
que te ahogas.
Sientes tan claros unos recuerdos que se te escapan por la
boca sin que dé tiempo a nada. Los mareos, cómo no, están ahí. Y lo peor no es
mi incapacidad por soportar.
Sino que NO entiendo, no encuentro salidas, no veo por ningún
lado esa dosis de esperanza que llevo incorporada desde hace años.; y me ahogo.
Ya no es que tenga la tensión baja, que como poco o que haga calor o ruido. Me mareo
porque el miedo que tengo me corta la respiración y todos sabemos que un
cerebro sin oxigeno no hace mucho.
Sé que he prometido a “Furby” mencionarle en una entrada,
pero está visto que mi mente no necesita hacer referencia a ese café con helado
de nata sino gritar que está de miedo hasta las cejas. Y no es miedo a la
oscuridad o a la soledad. Es miedo a desquiciarme, miedo a que la realidad
pueda conmigo, miedo a que un pitido de oídos me haga explotar como una olla
express.
Y sé que el mejor momento para explotar era con Furby, uno
frente al otro, con ese café helado. Pero ha sido imposible. Él ya sabe que me
llevo mejor con las letras. Así que una vez más, mi pobre teclado de ordenador tendrá
que soportar mis embestidas, con razón se me han borrado ya algunas letras.
¿Sabes qué pasa, querido teclado? Que echo de menos a las
personas que aparecen en mi vida y la llenan de color, porque siempre se van. Sin
decirme porqué se van, en qué me he equivocado, si les he tratado mal o lo que
sea. Y además estoy enfadada, porque, si solo fuera echar de menos, lo entendería,
pero también toca tragar y tragar. Y yo tengo el estomago pequeño. Y recuerdo
haberlo estudiado; el estómago, cuando está lleno, tiene una válvula que se
llama “cardias” o algo así. Pues eso, que estoy hasta arriba de tragar basura. Digamos
que me siento como un puto vertedero. Que si la contaminación ambiental, el
reciclaje y la madre que lo parió a todo. Hay quien opina que Greenpeace , por
mucho que vaya de desinteresada, es una absoluta interesada. Pues me pasa lo
mismo. Dios, karma o lo que quiera que decida las cosas se está descojonando en
mi cara mientras me dan las primeras arcadas por sobrecarga.
Y cómo no, esta Océano h. Un completo amarillo, un imbécil,
un saco de boxeo a distancia. Que solo recibe hostias y gritos al otro lado del
teléfono. Que aun así se dirige a mí como “niña”, que no ha recibido nada
positivo de mí. Que no para de darme consejos, como ese helado de chocolate, y
aunque no le haga caso siempre tiene preparado un abrazo perfecto. Su voz
dulce, que me da hasta calor en el esófago, ese “mi niña”, “cielo” o “”amor”.
Que me dice que soy su osito de peluche cuando es completamente lo
contrario.
Lo peor es que a Océano h ya le conocía, pero a Furby no. Y llámame
loca, querido teclado, pero, tal vez por los
cafés o porque me esté volviendo loca, quiero pensar que Furby va a ser un
amarillo. No sé por cuánto tiempo, pero me gustaría escribir más a menudo ese “mote”
en mi blog.