Cada escapada, cada sonrisa arrancada por alguien, queda
presa en un café. Con hielo, con leche, con dos de azúcar, con espuma… da igual:
es café.
Un médico me recomendó que tomase café, por la tensión y sus
mareos consecuentes; que cuidase mi alimentación y intentara descansar. Sonreír
no está de más.
Y ya no es como antes: varios vahídos al día. Hacía casi un
mes que no me pasaba. Tal vez por querer hacer normal lo que es nuevo, si nunca
había ido sola, ¿por qué hoy sí?, ciertas conversaciones o alimentos llenos de historias.
Me ha costado recorrer el pasillo del autobús, necesitaba aire, por muy frío
que esté.
He llegado a casa, y antes de colocar las compras, me he
desprendido de mi ropa para refugiarme en mi pijama, esperándome bajo la
almohada, calentito, como un café.
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