Es curioso. Ayer, a esta misma hora, entraba en el autobús,
muerta de miedo irracional; cierto temblor y malos pensamientos que se
disiparon con sentarme a tu lado. No fue la primera vez que me acompañabas
a algo relacionado con médicos, pero
esta ocasión era distinta. No debería haberme impactado tu predisposición a
pasarme el bolígrafo o sujetarme el papel que confirmaba mi prueba: siempre me
ayudas en esas cosas que parecen ahogarme. La hora; dejo mi ropa en una habitación
minúscula y me tumbo en ese infierno para mis oídos, mientras siento, casi al
tacto, la fuerza de mis latidos. Pensando en ti se hizo más corto, la verdad. Salgo
mareada, con ganas de abrazarte, besarte… tocarte, pero, si no recuerdo mal, no
hice nada de eso. Estaba aturdida. “Ha llamado tu tío; dice que ahora viene”. Me
sorprende cierta llamada, ya que no es necesario que tu mundo se preocupe de
mí, pero, qué más da, recuerda “Ni tu ni mi, nuestro”. Me das mi chaqueta y
salimos a la calle. Trayecto a mi casa.
Mimos a la pequeña, ganas de comer por mi parte y un dolor
de cabeza que, tal vez un gramo de ibuprofeno solucionaría, aunque no. Yo en mi
habitación y tú en el salón. Estás en el sofá, concentrado en tu pasatiempo,
mientras yo me encargo de la cena. “Listo”. E, igual que en Vitoria, nos
sentamos uno frente al otro. Como siempre, tu ritmo alimenticio deja al mío a kilómetros
luz; aun así mi estómago no acepta lo planeado, tú me ayudas.
Comienza la vida en el sofá. Mi cansancio no fue saciado por
la cena ni por tus besos ni por un par de páginas leídas. Bostezo, aunque no
tengo sueño, y mi cuerpo suplica relax, aunque antes que dormir quiere estar
cerca de ti. “¿Está cansada la nena?”, asiento. Al rato, nos vamos a la cama. Ya
acostumbrados a los 105 centímetros de tu cama, 135 significan un desierto
odioso de distancia; yo acorto 50 centímetros. Mi cansancio pronto me lleva a
un sueño tranquilo. Sin presiones, sin relojes. No sé a qué hora he tenido un
mal sueño, como tantas veces, pero no he querido despertarte; sabes que me
vuelves loca con esa dulzura que adaptas al dormir. De todas formas, he dormido
tres horas más de lo habitual, y el despertar contigo ha sido algo increíble. Y
natural.
Me he levantado y he hecho tareas básicas y luego, tras
meter mi vaso con leche de soja al micro-ondas, he regresado, para intentar
despertarte. Ha costado, pero has salido de la cama. Y los dos hemos tenido un
desayuno de niños, diferentes pero… creo que ya lo tenemos asumido; somos
diferentes, amarillos, “elegidos” emocionalmente. Tras desayunar, hemos
aparcado la dulzura. Me he sentido como en las películas, cuando él la besa a
ella, tumbada en la cama en diagonal, cuando los besos se trasforman en
mordiscos, cuando la pasión deja marcada la forma de su boca. Y después, aun
con el pijama, hemos ido al salón; aun sin abrir la puerta de la calle. (…)
Un café ha despejado mi aturdido pensamiento; lógico que
reaccione así tras tanto tiempo de sueño interrumpido. Y tras ese café, sólo
decir que necesito más días como éste. Que me encanta la seguridad con la que
cerré anoche la puerta con llave. Que me da igual que llueva, truene o haga
sol. Contigo todo lo demás sobra. Relojes, fechas, lugares, palabras, heridas,
traumas; nada existe.