10 may 2014

Sin fuerzas

Estiro mi cama como puedo, mientras una sonrisa escapa de mis labios al recordar lo que he soñado hoy.

En mi habitación la cama está orientada hacia la puerta, pero en el sueño no. Estaba en el centro, bajo la lámpara. Y al despertar, ahí estabas tú, sentado a mi lado, sonriendo al verme abrir los ojos. “¿No has dormido en el sofá?”, te preguntaba extrañada. “Sí, pero quería verte despertar”, fue tu respuesta con esa delicadeza en la voz que tuviste ayer, cuando también me quedé dormida en el sofá. “Ay, mi niño dulce. ¿Y ahora qué piensas hacer? ¿Rescatarme de entre las sábanas y llevarme en brazos a la cocina? Además, no has preparado el desayuno, ¿verdad?”, ya me había incorporado de la cama e intentaba arreglarme el pelo. “No me hace falta desayunar. Además, con verte despertar, me vale”, y me fundes en un abrazo.
Demasiado edulcorado, lo sé. Yo me conformo con la idea de que en cuestión de días pasaremos la noche juntos. No pasará nada, porque no tiene porqué. Además estás avisado de todo; a veces lloro, a veces hablo con Sergio y a veces también tengo pesadillas. Todo será tan fácil como recorrer el pasillo, verte y dejar que todo se solucione. Pero lo mejor no será eso. Puede que no salgamos hasta las tantas, pero, una vez cierre la puerta con llave, ya no estaremos en casa, estaremos en ninguna parte, tú y yo. Entonces podrás morderme la tripa, besarme con labios sedientos.

Las etapas difíciles, la debilidad, tal vez existan para que gente como tú aparezcáis y os quedéis. 

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