Érase una vez una chica grande que ya no bailaba, ni cantaba, ni reía, ni dormía... y se puso malita pero apenas comía.
Hasta que un amigo se hizo especial cuidándola y pasando muchas horas con ella.
La chica tenía miedo de liarla, pero su amigo decidió no irse.
Pasaron un día en otro reino, con amigos, sin relojes, y las pupas que ella tenía se quedaron en casa.
Un poquito después, se mudó a un castillo nuevo, pequeñito pero suyo.
Y se curó.
Poco a poco, pero ya dormía mejor.
Pasó el tirmpo. Hubieron rosas, besos, vacaciones, sabores mágicos, clases de ballet y todas las ganas que les faltaban a los dos multiplicadas por 60.
Una por cada mes.