Hacía tres semanas que no comía en tu casa, con tu familia;
y, como he dicho, lo echaba de menos. Puede resultar triste que sólo allí me
sienta en casa. De hecho, lo he dicho todo.
Después, cómo no, tu cama me ha enredado en un sueño profundo
sobrepasando el tiempo habitual; sueño roto por una pesadilla que no me
esperaba. Tal vez la situación familiar, la cercanía de esa fecha, no lo sé. Solo
sé que he despertado llorando, y que tú, a pesar de también estar dormido, te
has preocupado, me has abrazado, me has besado. Has hecho todo y más hasta que
ha desaparecido el temblor nervioso de mi espalda.
Ha habido besos y risas, como siempre sucede en esas cuatro
paredes. Ha habido planes, a corto plazo y también preguntas personales, si es
que aun quedaban algunas sin contestar.
Y algo nuevo. Hoy he cenado en tu casa. Hablando con tu
madre de todo y nada, incluso quedando un día de esta semana para pasar un rato
juntas. Me encanta. Llevarme bien con ella, tener tantas cosas en común y ver
que se preocupa. De postre, me has acompañado hasta el coche y has saludado a
mi tío.
Posdata: Quiero más domingos como este.
No hay comentarios:
Publicar un comentario