¿Recuerdas el primer día que fui a casa? Yo sí; era domingo,
09/03, y vimos Posdata: te quiero y tomamos helado. Poco más.
Desde entonces, el 95% de los días, si no más, tu cama
refuerza mis horas de descanso habitual. Ese día estaba nerviosa por conocer a
tu familia; en cambio ahora sabes que me siento genial. No una más sino… la
pieza del puzzle que “faltaba”. Sí, faltaba en tu vida para completarla, pero también
en la de ellos para verte feliz, en la de Mr. Secretos porque todo llega, en la
Pulsera blanca porque necesitaba una chica en el grupo. Pero me estoy
desviando.
Mi alimentación es débil, pero en tu casa entienden esa
parte. La entienden y se preocupan por cada tontería que me toca. Igual que en
tu habitación ya están esas zapatillas de casa, varios números menos que las
tuyas.
Mis canciones románticas, tus vicios, mis ratos leyendo en
tu cuarto, el aroma único de tu casa o el ruido del calentador ya no son
novedades, sino detalles necesarios; oxígeno de mis sonrisas, sonrisas
convertidas en risas, risas que aliñan despertares de lágrimas, por ejemplo.
La frambuesa de mis labios se cambió por café frío tras
comer en tu casa. Y, cómo no, Bob Esponja, que fue importante desde esas
lágrimas provocadas por Posdata: te quiero y consoladas por kleenex con olor a
miel.
Los temblores por el frío, la timidez y la novedad se fueron,
dejando sitio a la risa que hoy ha llenado tu habitación. Risa al sentir tus
manos haciéndome cosquillas, risa cuando me sorprendes y me alzas del suelo,
risa cuando capto a la primera tu ironía radical.
Risa de seguridad, risa de que eres real, estás conmigo y no
te vas a ir.
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