22 may 2014

Ríete conmigo

¿Recuerdas el primer día que fui a casa? Yo sí; era domingo, 09/03, y vimos Posdata: te quiero y tomamos helado. Poco más.

Desde entonces, el 95% de los días, si no más, tu cama refuerza mis horas de descanso habitual. Ese día estaba nerviosa por conocer a tu familia; en cambio ahora sabes que me siento genial. No una más sino… la pieza del puzzle que “faltaba”. Sí, faltaba en tu vida para completarla, pero también en la de ellos para verte feliz, en la de Mr. Secretos porque todo llega, en la Pulsera blanca porque necesitaba una chica en el grupo. Pero me estoy desviando.

Mi alimentación es débil, pero en tu casa entienden esa parte. La entienden y se preocupan por cada tontería que me toca. Igual que en tu habitación ya están esas zapatillas de casa, varios números menos que las tuyas.
Mis canciones románticas, tus vicios, mis ratos leyendo en tu cuarto, el aroma único de tu casa o el ruido del calentador ya no son novedades, sino detalles necesarios; oxígeno de mis sonrisas, sonrisas convertidas en risas, risas que aliñan despertares de lágrimas, por ejemplo.

La frambuesa de mis labios se cambió por café frío tras comer en tu casa. Y, cómo no, Bob Esponja, que fue importante desde esas lágrimas provocadas por Posdata: te quiero y consoladas por kleenex con olor a miel.

Los temblores por el frío, la timidez y la novedad se fueron, dejando sitio a la risa que hoy ha llenado tu habitación. Risa al sentir tus manos haciéndome cosquillas, risa cuando me sorprendes y me alzas del suelo, risa cuando capto a la primera tu ironía radical.


Risa de seguridad, risa de que eres real, estás conmigo y no te vas a ir.

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