Al final va a resultar que soy masoquista. Una dependiente
emocional que suspira tranquila cuando por fin está sola en su casa.
Por supuesto que valoro la compañía, las palabras, los cafés…
pero también me alteran. ¿Acaso con eso ya calman mi inquietud? Rotundo no.
A veces pasa por mi cabeza compartir ratitos con Océano,
Gnomi, Furby o similares, pero para qué. La soledad que siento tras esos “cafés”
es peor que la inicial. Y ya no siento esa impotencia desgarrada en lágrimas;
sigo enfadada con todo y rebuscando motivos, pero ya lo tomo como algo
rutinario. Es triste, lo sé, pero es lo que toca.
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