18 ene 2014

Me cuesta


¿Cuánto hace que no escribo? ¿Cuánto hace que no sonrío? Bueno, eso da igual.

¿Cuánto hace que no beso? ¿Cuánto hace que no me emborracho? ¿Cuánto hace que no paro el tiempo? ¿Cuánto hace que no lloro de alegría?

Como de costumbre, preguntas simples de las que no quiero saber la respuesta. El fallo de todo esto es que sé las respuestas y me impiden no echar de menos esos momentos.

Y por supuesto están las frases comerciales, frases hechas… tres metros sobre el cielo, “si tú saltas yo salto”, quédate a dormir…  o te quiero.

Cada vez creo más eso que dicen de que el amor ya no es lo que era. Porque veo cómo parejas permiten que la rutina u otras cosas decidan por ellos y les distancien, echando a perder el primer encuentro, la primera risa, la primera vez que hicieron el amor…

Por eso dudo que la vida sea tan fácil y bonita como nos la venden. La vida puede ser una puta pesadilla, una cárcel sin luz, una continua parada cardiaca, algo parecido al estado vegetal. Tranquilos, sé de lo que hablo. Y lo comparo porque a veces “viviendo” nos saltamos las reglas básicas: decidir, opinar, sonreír, y ser conscientes. Hablo por mí y por muchos otros, abro la puerta de casa, dando vueltas a las llaves porque mi cabeza se lo sabe de memoria. Abro la nevera, miro las bandejas y la puerta y la cierro. Voy al sofá, me tapo y cojo mi libro. Leo un par de líneas, y me pongo a pensar en cualquier recuerdo mientras hago creer que sigo leyendo. Pero no me entero de nada. Cierro el libro de un golpe, lo aparto y me hago bola en mi rincón del sofá. A veces gimoteo, otras no. A veces me acuno, otras no.

Últimamente, entre compra y compra, procuro tomar algún café. Es mi vicio, sí, pero también es antidepresivo. Es amargo, tal vez por eso crea que él entiende mis pensamientos. Y de paso, son quince minutos en los que me concedo unos minutos de condicional a esa cárcel.

Ha habido dos noches en las que he seguido un consejo: no he dormido sola. Y me vinieron bien. Por eso “Quédate a dormir”. Pero termina pasando lo inevitable. Recuerdo esos dos despertares, las ganas tontas de darme la vuelta y ver a alguien especial, muy especial, respirando pausadamente al otro lado de la almohada, y sonreír. Pero esos detalles se quedan en simples ideas, sueños.

Sé que siempre hablo de mi blog como “válvula de escape” y lo sigue siendo. Solo que últimamente me cuesta más ordenar lo que siento.

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