4 may 2015

No soy rencorosa.

¿Por qué hay momentos en los que, de repente, sonrío como una loca?
¿Por que vivo como si no me importara lo que piensen o digan de mí?

Será porque me da igual, sonrío porque tengo motivos para hacerlo.
Si escribo demasiado, alguien habrá que le gusta leerme.
Si sonrío demasiado, que se jodan los que quieren verme sufrir.

No se lo voy a poner fácil a aquéllos que disfrutan de las depresiones ajenas.
Que caigan ellos, y todos nos echaremos unas risas.

Estoy rencorosa, lo sé. Sé que no me pega ir de mala por la vida. Pero no es "mala"; yo me limito a ser fría.
Yo no le deseo el mal a nadie, pero, quien lo merece, no debe esperar compasión por mi parte.

Desde los políticos, que prometen, no dan y le echan la culpa a otro, hasta los más de a pie, esos seres humanos que traumatizan con la teoría de "Total, un trauma más, una depresión más. No importa."

Hasta hace cuatro días, les deseaba todo el mal del mundo a estos últimos, pero sufría.
¿Acaso tienen el derecho infinito de hacerme sufrir?

Y decidí confiar en el karma. Sé que a veces tarda, pero es fiable.
Como el correo ordinario; sí, un correo electrónico es casi inmediato, pero cualquiera pude trapichear, leerlo antes de ti.

El karma jamás se equivoca que receptor, jamás se  extravía.
Es lo bueno que tienen las direcciones sentimentales. Por mucho que a menudo queramos huir de ellas, de nuestro pasado, siempre nos encuentran.

Por eso por mucho que hubiese renegado, desconfiado y desafiado a Dios, Él me llevo a ti.

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