11 abr 2013


En Distancia hablé de la desigualdad emocional, positiva. Bien, también existen los enfrentamientos. Esta misma mañana ha sido curiosa. Tras terminar mi rutina he visto esa camiseta azul claro de hacía un par de meses, nos hemos preguntado qué tal todo y hemos rememorado un ápice cómo nos conocimos. Justo después, cuestión de veinte segundos le he visto a él; de ese mismo tiempo, ese verano, otro sujeto que jamás podré olvidar y que hace renacer la misma sensación de hace seis años: miedo. Creía que ya lo había superado, de hecho soy consciente de que he conocido gente peor, pero “mala hierba nunca muere”, y sé que en un entorno social como un gimnasio no se atrevería a hacerme nada, pero mis costillas, mi hombro y mi cadera aun recuerdan dichos impactos, igual que mi memoria no olvida la humillación y las carcajadas. Cinco segundos y un metro recorrido, mis manos se han aferrado a la barandilla. “No te ha hecho nada, relájate”. Pero es que me ha hecho mucho, demasiado. Recuerdo que sus ojos siempre fueron marrones, pero hoy eran azules. ¿Lentillas? No lo sé. Y su expresión chulesca, con el pecho más alzado que cualquier mujer, ha descarrilado el ritmo de mis latidos. Ahora, no sé si mi corazón ha frenado o ha pisado el acelerador sin control.

Me empeño en ignorar y volverme fría frente a sujetos desagradables recientes, pero éste escapa a mi capacidad de superación. ¿Por qué? ¿Tan importante es? ¿Tan absurda soy? No le tengo ningún miedo porque ya no soy esa quinceañera frágil e inocente. Ahora sé lo que quiero, sé a quién quiero. Es más, cuando le he visto he necesitado sentir tu mano sobre la mía. En lo que dura un parpadeo he pensado en llamarte para quedar un rato, como esa otra vez. Pero no me parece bien; en su día yo estaba mal, realmente mal. Pero esto es una tontería. Además, ahora no quiero preocuparte lo más mínimo porque no quiero que leas todo esto, no de esa manera.

Enamorame, amor

2 comentarios: