¿Que mis oídos se estremecían al oír los pitidos acelerados
por los pasillos? ¿Qué mi nariz se negaba a respirar ese olor tan neutro? ¿Qué esa
palidez, esa comida insípida y muchas cosas más me empujaban fuera de esas
paredes? Tal vez.
Tal vez el silencio y horas seguidas de lectura no resulten
tan apacibles. Tal vez sea más que una cuestión de rutinas. Tal vez vuelva a
añorar esos grados de afecto: abrazo, apretón de manos y miradas. Tal vez estas
lágrimas sean justificadas e incluso, tal vez, sean la única forma de no explotar.
Tal vez los vómitos sean la única forma que conozca mi organismo para desechar
esta incertidumbre. Tal vez nunca logre olvidar la sensación claustrofóbica de
un hospital, ni nunca desprenderme de ese “asco” hacia cualquier sanitario.
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