Sigo pensando que todos llevamos un pequeño masoquista. En este
caso, a veces es necesario un espacio de tiempo para disfrutar con más ganas de
la cercanía, las caricias, el cosquilleo, los olores, los besos, las risas, el
estado de embriaguez por el amor, café con demasiado azúcar y cinco minutos de
sueño profundo.
Pero, a decir verdad, es mucho más que eso. Es la primera
vez que me he reído tanto, igual que la primera vez que tu hermano abre la
puerta mientras estamos recostados en tu cama. Hoy me he olvidado totalmente de
tus peluches… total, te tenía a ti. Has vuelto locos mis puntos débiles, y mi
piel aun sigue totalmente erizada. Y varias veces me has producido ese “mareo” que
antes sólo soñaba: felicidad en estado puro. Tal vez resulte ser la misma
euforia de cierto miércoles.
CARICIAS. ¿Qué decir? Mi piel nunca había experimentado tal combinación,
nunca se había estremecido tanto y con tan poco. Igual que mi cuerpo jamás había
estado tan perceptible. Remontamos a cierto bar; siempre he temblado cuando
rozan mi cintura: contigo no. Ni ese día, ni hoy. No tiemblo porque confío en
ti y mi cuerpo lo sabe. Tampoco nunca me habían besado el cuello, ni la boca
con esa dulzura. Nunca me había estremecido sintiendo ese tremendo ardor en
cada centímetro de mi cuerpo. Nunca me había sentido tan “en casa”, la verdad; últimamente,
ni siquiera en la mía. Pero eso tú ya lo sabes. Parece que la única manera de “estar
en casa” es estar contigo.
Y lo que más me ha chocado, al principio, es la familiaridad
del olor de tu portal. Una tontería, pero aun así extraña, ¿no crees?
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