19 abr 2014

Lluvia

ANTES DE NADA, diré que pretendo seguir un orden cronológico, nada de valores.

Hoy me tocaba a mí comer en tu casa, así que, en cuanto he podido, he cogido el autobús que me acerca a ti. Esta vez he prestado atención, para aprenderme el pequeño recorrido de la parada a tu casa; cómo no, hay un parque. Tenías cara de sueño cuando tu saludo ha sido un beso. Hacía calor. Hemos estado en tu habitación, haciendo todo y nada (estando juntos). De todo, me he quedado con una novedad muy íntima, a mi manera. Hablo de intimidad por la misma teoría de Albert Espinosa: El ombligo es el centro de todo. Y puede que no sea justo por eso, pero cualquiera que me conozca sabe que muy pocas personas han visto/tocado mi abdomen. Llega la hora de comer. Entonces me ha llamado la atención que “mis” zapatillas ya estaban en tu habitación. Y, aunque no haya sido la primera vez que como en tu casa, sí que ha sido la primera que estaban todos. Me ha gustado la naturalidad, las risas, los piques; me he sentido una más. Hoy hasta tu madre se ha alegrado, he comido bien, y eso que se me ha olvidado tomar el remedio al vómito; buena señal que todo siga igual. Cómo no, has querido abandonarme un rato, para tus vicios, pero yo lo he agradecido; he tenido tiempo para tomar café natural, frío, junto a tus padres. Como en todo café, hemos hablado; de cafés, de mí, de ti, de nosotros.

Toc toc. Entro a tu habitación en busca de verte. Otra vez esa cama ha tenido función de sofá para ver películas, para soñar despiertos. Hemos visto la película que pretendía ver con Furby, no sé si se acordará. Me ha gustado. Pienso que tú y yo tenemos una parte de Walter Mitty; no siempre somos realistas. Igual que no siempre es malo soñar con una realidad más bonita. Y ha sido durante la película cuando me he dado cuenta de que las cosas han cambiado y que no quiero que vuelvan a cambiar; si acaso, que sigan evolucionando. Ya dije que no quiero conocer a nadie más y que tu imperfección es perfecta para mí. 

Nuestras piezas de puzle encajan tan bien como el zapato de cristal en el pie de Cenicienta. Puede que hayamos visto la película, pero nuestras manos no se han separado ni un instante. Y, lo sabes, no han faltado besos improvisados. Así que, tras el film, se me ha ocurrido retomar una cuenta pendiente que tengo desde hace varios años. J. conoce esa faceta mía: no todo son caricias. No ha sido la primera vez, así que he dejado mi camiseta de deporte apartada y me he tumbado sobre tu cama. Ha sido entonces cuando las caricias diarias en los hombros y manos se han traspasado a toda mi espalda. Y hoy, inexplicablemente, he sentido lo que nunca. Dejando a un lado que hoy no he dormido sobre tu cama, el recorrido de tus manos y tus besos por mis vértebras y hombros ha colapsado mi respiración y el ritmo de mis latidos. He guardado silencio, principalmente porque no conseguía articular palabra alguna. Rato después, te he pedido tiempo para recuperar mi respiración habitual, por lo menos. Para ello, como ayuda, he necesitado escuchar Claro de luna; el efecto ha sido bastante rápido, lógico. Entonces me ha llamado Océano. ¿Sensación? Mm… inexplicable. Hace no tanto, era él quien conseguía calmarme; ahora no hace falta, porque estás tú. Aun así, sigue siendo él, una pieza súper importante. Su voz consigue un efecto de alegría particular, pero lo máximo ha sido cuando me ha preguntado sobre nuestra relación. Nos hemos despedido como el primer día que me abrazó: con ese “cuídate”.

Ha habido sonrisas, pero también risas. Ha habido sueños, pero ya no miedos; los pocos que había se esfumaron. No sé cuándo, pero me da igual. Es curioso cómo cambian las cosas. Desde que puedo recordar hasta hace cuestión de días, he tenido todo tipo de miedos; al pasado, al presente y al futuro. Ahora no; tengo miedos, por supuesto, pero ya no guardan relación con la vida. Temer la oscuridad o las tormentas son ajenas completamente. Podría darte las gracias por haberme quitado ese miedo, pero sé que no las aceptarías, simplemente me besarías. Y me dirías “No me seas”.

Aun así, hay más cambios. La sensibilidad de mi piel, ese cosquilleo, no era nada nuevo, pero sí que ha cambiado. Se hace más soportable. Tu piel se va convirtiendo en parte de mí, igual que tu olor, ese olor tan suave, ya se va impregnando en mi cuerpo. Y vas sabiendo cómo adentrarte en el terreno de mi piel, sin hacer que me sobresalte. Es bonito. Igual que es bonito que me eleves de la cama sobre tus brazos. Igual que cuando te colocas de manera que me recueste cómoda sobre ti.

En cuanto a canciones, Quédate a dormir, Carolina, Una foto en blanco y negro, Terriblemente cruel y Quiero un camino (esta última la he escuchado nada más llegar a casa) han sido precisas. Ojalá me quedase a dormir, en tu cama (aun siendo mucho para ti), tuviésemos una foto juntos (de esas románticas en tonos grises) y corriésemos ese camino, aun a riesgo de crueldad.


Ojalá. Porque esas canciones, aun no siendo empalagosas, son sinceras. Igual de sincero ha sido el SMS que te he mandado al llegar a mi casa. “Parece que llueve”

No hay comentarios:

Publicar un comentario