13 abr 2015

Prisión

Demasiado a menudo se insiste en encarcelar a las personas en géneros o subgéneros, como estilos de vida o formas de vestir.
Risto Mejide lo llama polarizar y lleva razón. Yo lo llamo ser gilipollas.
Gilipollas aquéllos que reniegan de "funciones vitales", como enamorarse.
He entrecomillado porque sé que la única verdadera función vital relacionada con el amor es la reproducción. Pero es sabido que en muchos casos la reproducción natural no es posible.
Vale, pero no te puedes negar a ver belleza en un atardecer, no puedes negar que NUNCA se te va a encoger el estómago oyendo una voz.

Tras esta mini filosofía, también creo que mi prisión, nuestra prisión, pudo ser el tiempo de amistad, esa amistad loca que gastaba los minutos tecleando para hablarnos, esas noches de viernes en las que preferiste acompañarme en el sofá.
Fue una prisión agradable, dentro de lo que cabe, pues estuvimos juntos. Pero fallaba algo, la falta de honestidad.
"Ya no quiero prueba", no quiero que me llames amigo, ni que el mejor plan sea hacer el imbécil en una bolera.
No lo dijiste, pero sí. 
Nunca has dejado de ser mi amigo, y espero que nunca lo hagas, pero eres otra cosa. Vale que en la amistad hay un gran vacío legal, pero los amigos hablan, no callan; los amigos ríen, no sonríen; los amigos pueden compartir susurros, no suspiros.

Y esa amistad vestida de rosa fue la prisión a ala que quiero hacer referencia. 
Esa prisión despareció.
Tal vez antes de ella ya habíamos conocido el color blanco, puro, sin calor; yo al menos no lo sé.

Lo que sí sé es que la libertad no puede tener un antónimo. Tal vez sea que tanta prisión nos causa síndrome de Estocolmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario