A menudo me acuerdo de tonterías.
Sitios en los que estuviste y en las que estuve con otras personas.
Me acuerdo de frases que dijiste o que yo pensé.
Me acuerdo de tantas veces, tus manos recogiendo las lágrimas que rodaron por mis mejillas.
Tantas muestras de cariño desmedido.
Tantas bocas que hablaron o hablan sin saber, por envidia.
Tantas personas que insistieron en hacérnoslo difícil, que nos llamaron locos.
Y no, no salto sin red como una suicida; salto porque sé que tus manos no me dejan caer, y, si caigo sin tu presencia, sé que vas a curar mis cicatrices.
Paso una tarde lejos de ti, pero sin parar de pensarte; y llego a casa.
Y hablo contigo.
Y te cuento cosas.
Y me dices que me quieres y que te alegras de que esté feliz.
Y me recuerdas que lo importante es que la ropa me guste a mí.
Y que cene.
Y, aunque no te lo cuente, me echo a llorar por tantas cosas que me has dado. Y los lastres que me has quitado.
La gente que critica nuestra forma loca de llevar el amor no sabe que los cuerdos no aman, sino atan.
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