Me siento presa en esta celda llamada soledad, alumbrada por
apenas una vela elaborada con ilusión. Siento asfixia en esa celda sin importar
el número de ventanas que tenga, pues las ventanas me permiten soñar pero no
cumplir expectativas. Invirtiendo horas y horas en estudiar para conseguir mi
sueño. Un sueño imaginado, aun no es real. Adicta al café: a su sabor amargo, a
esa parada del tiempo que me permite respirar, sin prisa sin estrés. Enamorada
de frases inventadas, mías o de otra gente; frases que ha escrito gente famosa
o que redactan sueños de enamorados de la vida, pero que no van más allá,
frases con las que gente desconocida e incluso opuesta se siente identificada,
frases a veces difíciles de descifrar, como los textos de lenguas antiguas
grabados en papiros, pergaminos o tablas de arcilla: parecen signos unidos al
azar, garabatos, pero en verdad llevan arte grabado. Sí, arte. Porque arte es
todo lo bello, y vivir es belleza. Por tanto cualquier descripción de vida es
una maravilla. Una primera ecografía, una carta de amor rechazada consumiéndose
entre llamas, el sudor que empapa las sábanas sobre las que dos personas cualesquiera
se amaron por primera vez, las manchas de rímel corrido por el dolor de perder
a alguien valioso. Y, aunque el amor tantas veces resulte doloroso, es lo único
que mantiene mis ganas de seguir. Aunque un rechazo duela, éste hace que mi
corazón llore, que recuerde que está vivo, y entonces entrevé esa llama de
ilusión. Sí, la ilusión es un engaño, un absurdo cuento de hadas lejano a la
realidad… pero es el cinturón de seguridad de todos los que pierden sus razones
de vivir con frecuencia. Un absurdo cuento de hadas improbable, pero no
imposible.
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