Volver a pensar que son tus manos las que me recorren.
Volver a disfrutar del fuerte ardor acariciar mi tripa, de formas esféricas
bailando entre mis vértebras acompañadas de manos cálidas. Mi piel se erizaba
con cada presión sobre mis contracturas, cada vez que esos dedos descendían a
las caderas. Párpados que descienden casi automáticamente, como pasa con las
muñecas de porcelana.
¿Qué he sentido al cerrar los ojos? He visto tus ojos, tu
sonrisa, tus manos. Te he besado, te he abrazado y he dejado que me quieras. Que
me lo digas todo, no necesariamente con palabras. He soñado que ese masaje era
nuestro y que en cualquier momento podías besar mis hombros, susurrarme al oído
y darme la vuelta sobre la camilla.
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