Me parece que si los “Tenemos que hablar” se hicieran
intercambiando textos escritos todo sería más sencillo, habría menos miedo.
Hablamos de “Caramelo”. Lo siento, aun no tiene otra manera
de ser nombrado. Le he contado lo esencial que me inquieta, considerémoslo un
aviso. Y parece que no le importa. Me creo que sea bueno y que no me falle, por
ahora; pero ya le he dicho que no puede decir “nunca”. Sigo pensando que sería
extraño. Cuarenta minutos en coche, cierto “obstáculo” conocido. Pero tiene razón,
tenemos que vernos otra vez; y hablar, hablar mucho. Aun no nos conocemos lo
suficiente para ponerle un nombre a esto. Ambos tenemos un pasado oscuro, y
podemos intuir parte, pero no sabemos a ciencia cierta. Percibo su prisa, tal
vez solo por saber esa gran rareza mía; tal vez era preocupación, tal vez, como
dice, quiera cuidar de mí o tal vez sea impaciencia natural. No lo sé.
La verdad es que nunca había sentido tanta ansia por acortar
distancias; tal vez porque nunca había tenido porqué hacerlo. Siempre me han
valido las conversaciones por escrito, más o menos. Pero no me vale. La magia
de “Caramelo” está en sus ojos. Necesito verlos o, al menos, sentirlos cerca. Me
da paz, como el océano, pero una paz lógica. “Océano” era una paz aplastante;
no es normal que estuviera tranquila con P cerca. Y dicen que los tsunamis son
precedidos por esa misma calma aplastante. “Caramelo” es distinto; logra que
pierda parte de mi miedo, pero no lo hace desaparecer. Con los pies en la
tierra, como tanto dicen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario