19 jun 2013

Café y amor


Hace cuestión de minutos he comprobado que no es precisa ninguna compañía concreta, ni que el lugar tenga leyenda, ni que el café sea perfecto.

Para tomar capuccino me quedo en mi casa. Pero hoy he huido de mi casa, de la monotonía, las frases de siempre, la rutina; había gotas de lluvia en las aceras y sobre los coches aparcados. He buscado el local más cercano y, a la vez desconocido, para dejarme llevar con una tacita de café; quién me iba a decir a mí que un café cortado iba a tener tanto rastro de sabor caramelizado. Me he acordado de mi “hermano”, cómo no; de su risa al verme nerviosa, del matiz verde de sus ojos. Y también he recordado la voz tranquilizadora que, a kilómetros de aquí, me guió el martes pasado hasta J.

Aunque tenga momentos de debilidad y caiga en la tentación casi cada día, sé que lo estoy dejando poco a poco. Me conviene porque es justamente lo que necesito para sentirme completa, pero controlo más que nunca las cantidades; los excesos hacen daño. Tengo sustitutivos, por supuesto, pero a veces no son suficientes.

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