21 jun 2013


Siempre insistí en mantener cierto equilibrio, pero ayer vi que era totalmente imposible. Mi mente, dentro de su idiotez, es sabia; en cambio, mi corazón es débil. Por eso no soporta mis rutinas físicas o emociones fuertes, como bien pude ver anoche. Lo siento, Caramelo, ya no es cuestión de ignorar; mi corazón se resiente con cada enfrentamiento. Ojalá fuera fácil saber cuál es el límite, hasta dónde puedo soportar la presión.

Ayer pasé por cierto colegio… y me estremecí al pasar por el taller de tecnología y los bancos de la portería, igual que al oír el toque de atención de megafonía. Y creí que rompería a llorar al ver ciertas caras y recibir “abrazos”. Crucé palabras con el profesor de francés y me disculpé por sentirme atraída por Roma antes que por París; me dijo que, conociéndome desde pequeña, era lógico. Recordé mi primera lectura, mi primera narración en clase de Lenguaje, mi atracón a abdominales en 2º, la plastilina, tantas lágrimas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario