Siempre insistí en mantener cierto equilibrio, pero ayer vi
que era totalmente imposible. Mi mente, dentro de su idiotez, es sabia; en
cambio, mi corazón es débil. Por eso no soporta mis rutinas físicas o emociones
fuertes, como bien pude ver anoche. Lo siento, Caramelo, ya no es cuestión de
ignorar; mi corazón se resiente con cada enfrentamiento. Ojalá fuera fácil saber
cuál es el límite, hasta dónde puedo soportar la presión.
Ayer pasé por cierto colegio… y me estremecí al pasar por el
taller de tecnología y los bancos de la portería, igual que al oír el toque de atención
de megafonía. Y creí que rompería a llorar al ver ciertas caras y recibir “abrazos”.
Crucé palabras con el profesor de francés y me disculpé por sentirme atraída por
Roma antes que por París; me dijo que, conociéndome desde pequeña, era lógico. Recordé
mi primera lectura, mi primera narración en clase de Lenguaje, mi atracón a
abdominales en 2º, la plastilina, tantas lágrimas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario