(Más tarde se comprenderá el título)
Prometí acompañarte en tu búsqueda de pantalones y camisa,
y, por qué no, un cinturón. Esta mañana no he dejado tiempo entre mi
despertador hasta el desayuno. Un té unas galletas han sido suficientes. He
estrenado mi adquisición de ayer, lo más ligero que he visto en mi armario. Era
previsible, he sido vuestro despertador. Tú no desayunas, te duchas, te vistes
y nos vamos. Te has cortado el pelo; he de reconocer que tenías un puntazo.
Estás igual que siempre, incluso mejor; eres fiel a ti mismo. Te enamoras de un
cinturón, yo de otro; sucede como en las películas y como ya dije en un blog de
hace mucho: te cargo con las bolsas, pero no te quejas. Te niegas a entrar a
cierta tienda, aunque no tardo en salir. Poca variedad. Te aconsejo que te
quedes fuera. Mis pies se empiezan a quejar. Otra tienda que optas por no
entrar; una camiseta. Sección de cierta tienda hasta ahora desconocida para mí;
te encaprichas de una chaqueta que será parte de tus sueños, pero al final me
haces caso y admites mi buen gusto por esa camisa. Tienda con escaleras libres,
cualquier lector de mi ciudad ya sabe a cuál me refiero; subes conmigo,
deambulando por la planta hasta que encuentro prenda y me encamino al probador;
te quedas (lo agradezco, aunque no te lo haya dicho directamente) y opinas
sobre cómo me queda; ojeamos el sector masculino sin éxito; pago. Subimos al autobús
buscando gafas de sol, otra vez sin éxito, para hacer una visita a mi gimnasio;
no me ha importado lo más mínimo ver al sujeto “A”. Nuestras gargantas gritan
por refrescarse, pero no hay granizado, excusa perfecta para una pausa diaria y
uno de tus vicios. Charlamos animadamente y salimos en busca de los
ingredientes. Ahora es cuando cobra sentido el título, es el precio que ha
supuesto este viaje a Roma. Has visto que soy lista, en cuanto a esencias. Orégano,
nata, aceite de oliva, sal, bacon y, cómo no, pasta. El emplatado perfecto,
aunque no tenga mucha historia; la textura, exacta. El sabor ya te lo he dicho,
y por otra parte estaba mi risa floja. Muchísimas gracias, Chef.
No hay comentarios:
Publicar un comentario