Hace una semana, cuando el sol se iba a dormir, mis dos
familiares más cercanos informaron de la imposibilidad. Recuerdo que estaba
sudando, a medio vestir, y que, justo después, Salí corriendo a mi habitación;
me cambié el pantalón, me recogí el pelo con una pinza y… entonces vino mi tía
a la habitación. Se disponía a abrazarme entre lágrimas, yo aun no reaccionaba.
Después vinieron mis tíos y, sentados en mi cama, decían “Llora si lo necesitas”.
Apenas cené, qué raro. Me metí a la cama sin poder dormir cómoda, oí la entrada
de un sms en mi teléfono móvil y me levanté; era Océano. A las 00.10 me llamó.
Fueron las primeras lágrimas y las primeras frases de ánimo. Dormí tres horas.
A la mañana siguiente desayuné sin ganas y pasé la mañana
ocupada con tareas de hogar. Después fuimos un rato al hospital, comimos fuera
y vuelta al hospital. Fue una tarde intensa; sin hacer nada, esperando a nada,
pero contando cada respiración, valorando cada pestañeo. Llegó la noche y
volvimos a casa. Una especie de despedida. Esa noche dormí cinco horas.
A las 08.00 me
extrañó no haber recibido la noticia. Llamo y “se ha ido”. Cuelgo. Ya está. Hablé
con J., y un “Ánimo” bastó. También cruce tres palabras con El guitarrista. Esa
mañana me negué a tener nada que ver con lo correcto. Me refugié en los
pequeños. Un abrazo ya no tan infantil y alguna confesión de debilidad. Tras
comer, me llamó Gnomi y me dijo que nos veríamos a la tarde. Llegó el momento. El
primer abrazo lo recibí de una persona vacía de momentos; no comprendí porqué
estaba allí. Después vino mi Tío pequeño de mentiras; no dijo nada, solo dejó
que empapase su ropa y que lo echase todo sobre su pecho. Su novia le imitó. Después
abracé a unos antiguos vecinos, unos de esos familiares elegidos; entre ellos
estaba Chico muffin. Él fue el encargado de renovar mis energías con un abrazo,
la brisa que ayudaba a disolver la ansiedad del momento. Y entonces aparecieron
Gnomi y Princesa. Y salí hacia la puerta, desplomada. Me arrojé a los brazos de
Princesa; después Gnomi. Tras unos minutos hablando, Gnomi me invitó a una
pausa diaria. Me regaló un amuleto que va a cumplir una semana alrededor de mi
muñeca. Princesa tuvo que irse y después vino “Estrella”. Me levanté de la mesa
y la abracé. Me preguntó por mi ánimo y por el de mi familia. Llamé a Microbio:
alucinó y me dijo que haría lo posible por estar al día siguiente. También hubieron
abrazos de lazos unidos a mi infancia escolar o a la de Sergio. Otra pausa
diaria. Demasiados abrazos sinceros para poder ser redactados. Sin cenar, sin
lograr dormir, tan siquiera descansar.
Inyecto café doble en
vena, luchando por mantenerme despierta. Saco ropa de hace dos años, de ese
color que tanto me apasionó. El pantalón se me cae y busco un remedio. Familiares
de fuera, madre del segundo niño de mi infancia. Lágrimas. Entereza… rota por
una guitarra. Por unas frases que arañan recuerdos y afloran dolor. Lágrimas
nuevas. Un paso, palidez y caída. (… ) Comida apetecible que mi estómago rechaza.
Una guitarra, un cajón, una voz (cosquillas en los oídos). Primera huida.
Llamada a un Amarillo; voz nueva, mensajes llenos de amor. EL BAR; J. me invita
a un café con leche. “¿Fría?”, “Sabes que sí”. Vuelta a la realidad, en autobús;
manos entrelazadas que dan el calor necesario, un gesto amarillo perfecto.
Batido de chocolate. Consigo dormir.
Mañana confusa. Mensajes de ánimo de familiares, Criso
(perdón por la poca originalidad) y otros. Emoción a borbotones. Salir a la
calle ya desgarra mis lagrimales. La tarde trascurre como relaté en Luz de
luna.
La mañana estaba planificada; mis cervicales son afectadas
por la tensión. Veo por casualidad a una vecina de hace tiempo. Las ventosas,
como siempre, consiguen descongestionar mi espalda, y un poquito mi dolor psicológico;
es más, Sus manos consiguen que caiga dormida largo rato. Cómo no, toca café;
con Infancia. Infancia, a mi lado en ese sofá lleno de historia, se encarga de
llenar el silencio. Después Microbio, que respeta mis lágrimas pero también me
anima a comer un poco. Me promete quedar dentro de poco.
Al día siguiente El guitarrista me saluda con ese abrazo que
había reservado. Otros trocitos de mi “Familia” acompañaron mi dolor en forma
de abrazo o palabras cálidas.
Esta mañana he llamado a Océano h; le he pillado con prisas,
pero su voz como siempre, me ha hecho sonreír y sentir cosquillas. Por la tarde
ha estado Tato. ¿Qué más da la lluvia? Un abrazo como nunca; mucho más que un
bar de copas, con sus cafés, su tentempié y sus chupitos de niña. Lágrimas,
recuerdos, lo clásico de ese sitio. Tato decide regalarme el día. Cómo no,
centro. Y cómo no, libros. Es la primera vez que Tato me regala algo físico, es
la primera vez que alguien viene conmigo para regalarme un libro, es la primera
vez que Tato está conmigo toda la tarde, pero no es la primera vez que Tato
está en los momentos difíciles. Ha estado siempre, da exactamente igual la
distancia, la diferencia entre su vida y la mia, y da exactamente igual el
dolor que pueda sentir y la rabia por no poder corresponder a su apoyo, porque
justo por eso le llamo Tato.
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