Hola. Café con leche; no te acostumbres, que ya sabes que yo
soy de café solo. ¿Qué tal estás? Pues mal; creía que hoy estaría mejor… pero
nada.
Aparece Luz de luna; zumo de melocotón. “Momento tenso” que
yo no consigo percibir.
Al rato, nos refugiamos en el mismo bar que otro martes, el
cumpleaños de mi estrella. Esta vez sí qu3e estaba abierta la parte de abajo,
y, cómo no, hubo billar. Mis habilidades son y serán malísimas, pero J. es un
buen compañero de equipo, lo mismo acierta con tres bolas seguidas que con la
blanca.
Con lo que he criticado yo la Coca-Cola, fue lo primero que bebí
allí.
¿No decías que te ibas a beber un chupito? No estoy en
condiciones para ponerme sincera, J., lo sabes. Luz de luna se sorprendió de mi
memoria extrema, le sonrieron los ojos cuando le enseñe la foto de Sergio y me
dio ese abrazo extraña: yo sentada en mi silla y ella de rodillas. Le hablé de
mi mundo amarillo, le dije que J. forma parte de él, que me pierdo cuando tengo
contacto físico con él, pero que no tiene nada que temer. Le quiero muchísimo
porque tengo mis motivos, porque lo más malvado que me ha hecho fue arañarme el
corazón, y él sabe que lo agradecí. Compartí con ambos los recuerdos de mi
etapa yonki, de los olores, las canciones. Luz de luna alucinaba cada vez más,
y le dije que apenas me conoce, aun.
Total, como pasa a menudo, los relojes desaparecieron y la
lluvia se fue a dormir. J. bostezaba. ¿Dónde vives? Yo te guio. Y así, con
botellas de plástico bajo mis pies, terminó al pausa diaria de ayer, sin café,
sin abrazo de J. pero recordando cómo era eso de sonreír.
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