“Escribe, te vendrá bien. Y además, eres buena”, “No te
obsesiones con el peso, ni con que vas a vomitar; vive el momento y trata de sonreír”.
Consejos de este tipo son los que normalizan la rareza de estos días.
Esta mañana, antes de ducharme, me ha dado por pesarme y…
vuelvo a ver ese número par que me atemorizó hace tres semanas. “Tú vive sin
pensar en cifras, come cuando tengas hambre y no te preocupes” ¿Y qué hago cada
vez que me maree? ¿Cómo sujeto la estructura de mi sonrisa cuando ésta se
derrumbe? Lo ´único que se me ocurre es pegarme trocitos de cello en las
comisuras. “Y conserva el brillo de tus ojos; ¿qué brillo? ¿El que producen las
lágrimas contenidas? Oh, claro, ¿cómo me voy a desprender de esa capa de agua?
Se me ocurren demasiadas contestación bordes: Cállate la
boca, tú qué sabrás, déjame en paz, no te metas en lo que no puedes sentir y
similares. Pero me paro a pensar, y sé que todas estas frases lo único que
buscan es ayudarme a volver a la normalidad. NO PUEDO ser borde con estas
personas. “Perdóname; encima de tu situación, soy tan imbécil que te cuento mis
movidas. Aun no entiendo cómo sigues hablándome”; que porqué. Porque soy
dependiente emocional, y poco importa que tenga que oír temas que me dan
exactamente igual; lo importante es que también alguien me escucha a mí.
Voy a comprar carne e incluso alguna clienta sigue saludándome
con “¿Qué tal lo llevas? ¿Te apañas bien en casa?”, como si quedara otro
remedio. Por experiencia, sé los cambios que viviré. Otros son más amables. “¿Qué
tal todo, bonita? Veo que te siguen interesando las recetas; sabiendo las que
te he visto comprar, tu cocina tiene que ser purísimo arteJ”
Necesito que la gente me ayude a volver a la normalidad,
pero también quiero no estar sola. Digamos que temo “la sobreprotección”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario