27 feb 2014

Corazón


Os sonará de mucho esta palabra. Corazón de fuego, corazón helado, corazón roto, corazón enamorado, corazón puro, corazón ilusionado…

Para que a un corazón se le de importancia siempre tiene que ir ligado a una historia; con final o sin final, es lo de menos.

Corazón también es una palabra muy grande; al usarla, podemos referirnos a dos ámbitos contrarios: físico y sentimental. Todos sabemos que es el órgano más importante de nuestro cuerpo, del que depende cuánto correrá el reloj en nuestras vidas.

Pero también es muy importante en cuanto a nuestras relaciones, ya sean amorosas o no. Hablamos de fuego cuando hay pasión, porque nos da una extraña sensación de ebullición. Hablamos de corazón helado cuando, aun cumpliendo su función vital, no siente; quién sabe si por ser corazón roto. Un corazón se rompe igual que hoy en días las decisiones; habitualmente suele ser por eso. Una palabra basta. Un corazón enamorado es aquel que sonríe con cada palpitación, es feliz y se siente el más afortunado por tener algo tan simple como el amor. La pureza se suele asociar al origen, tal vez también a la inocencia, sin maldad. Y la ilusión son las ganas. Ganas de experimentar. De irte de viaje, ir de compras, tomar un café… porque hay esperanza y necesitas sentir.

Cualquiera, cuando haya leído el título, habrá pensado. “Venga, parrafada romántica” Pues no. Podría, pero no me apetece vivir de recuerdos. Puede que mi cuerpo eche de menos los besos, esas cosquillas en la tripa… pero mi corazón sigue latiendo, y sigue sintiendo. Alguien me dijo hace no mucho que soy de esas pocas personas que sienten emociones muy intensas y, a la vez, contradictorias. Puede que esté sonriendo, sin maquillaje, y en cuestión de segundos mi cuerpo expulse bilis.

Tranquilos, que empiezo ya. ¿Sabéis cuándo se me encoge el corazón? Cuando me acuerdo de algo que no volverá, cuando veo realidades difíciles de tragar. Cuando veo injusticia. Cuando hubo miedo a decir un NO a tiempo y las cosas terminan mal.

Pero también os confesaré cuándo mi corazón sonríe; cuándo está sonriendo últimamente. Sonríe cuando oigo temblar las cuerdas de una guitarra o teclas apenas rozadas de un piano. Sonríe cuando un olor o un sabor me llevan a recuerdos inolvidables. Sonríe cuando alguien, de la manera más tonta, posa su brazo sobre mis hombros. Sonríe cuando me ceden el asiento delantero del coche.
Y me parece que mi corazón está ilusionado, porque también sonríe cuando comparte café, aunque sea descafeinado, con amarillos. Ya sean Gnomi, Estrella, RL, El guitarrista, Ele, Armadura oxidada… son pausas diarias, momentos de corazón puro. Pero no es cuestión de cafés; ¿qué pasaría con Océano, Princesa o Hipster, por ejemplo? Quien dice café dice minutos, partes del día dedicadas a otra persona. Poco importa que retome mi rutina deportiva y las endorfinas tomen el control durante ese rato; lo importante es que “No estoy sola”, y no siempre sonreír significará huir

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