1 mar 2014

No es necesario ningún tíulo


Ahora mismo estoy escuchando una base piano en cuatro tiempos repartida en corcheas asimétricas. Justo ahora aparece una voz. Una voz que hace crujir algo en tu interior, como si hubiéramos estado toda la vida esperándola.

Esta es la descripción de una canción concreta, pero hay mucho más.

Como ya sabéis, la música es algo demasiado grande para alcanzar a describir, demasiados sentimientos para asimilar. Algo así como el amor. Tal vez sea eso; amor. La música es amor. Suena bien. Explicaré por qué hablo de amor cuando hablo de música, no confundáis con “canción”.

Por mucho que existan figuras musicales, nombres de notas o registros vocales, la música es abstracta, intangible, y justo por eso: un tesoro.

Sé que las canciones, las letras, hacen más popular y cercana la música, hoy en día. Pero os voy a contar lo que yo siento.

Dejando a un lado que un solo de piano, guitarra, violín o lo que sea, sin orquesta, ni voces… ya me hace temblar, hoy me he dado cuenta de que los tiempos entre nota y nota también son tesoros.

Lo asumo, me gusta Claro de luna, Romance anónimo y otras grandes obras, pero, llamadme rara, a mí me pierde la sencillez.

 La primera vez que oí y vi tocar una guitarra fue a mi madre, yo tendría 6 o 7 años. Recuerdo que sonreía al oír la melodía y también quedó grabada en mi memoria, no sé por qué, la funda de ese instrumento. Ella aprendió  tocar a temprana edad, no sé mucho más; sólo que disfrutaba tocando, era su válvula de escape cuando estaba triste.

 Hablando de mamá, mi flauta dulce del colegio era suya, al igual que la funda naranja, que tenía una carita dibujada a lápiz. Durante cinco cursos escolares, una vez a la semana, como mínimo, la rozaba. Me frustraba no tener habilidad para tocarla bien, pero me llenaba pensar que estaba compartiendo algo con ella.

Un día, en ese último curso que teníamos la flauta como material en clase, un chico tres cursos mayor que nosotros, tocó en una clase. Él llevaba 3 años estudiando la guitarra, pero no importaba. La profesora no hacía más que hablar y pedirnos que nos fijásemos en detalles, pero yo no la escuchaba. Tocó Asturias y Romance anónimo. Otros días, en esas clases, la profesora nos puso CD´s o vinilos de Recuerdos de la alhambra, Entre dos aguas, el concierto de Aranjuez, Granada… no recuerdo con exactitud más títulos. Yo nunca escuchaba a la profesora, apenas apuntaba los detalles, las fechas, el compositor o interprete; cerraba los ojos y sentía calor por dentro.

Dos años después, alguien me recomendó que entrase en un coro parroquial. Algo simple. Siempre he pensado que mi voz es mala, pero resultó ser perfecta para contralto. Aun así me costó un tiempo ubicar mi voz. Siempre es más fácil amoldarse a lo que más destaca. Cada domingo me levantaba temprano para llegar puntual a los ensayos.

Mientras, en el colegio, siempre que hacían actividades relacionadas con el canto, yo me apuntaba. Carolina o Lo echamos a suertes son canciones que no podré olvidar.

Siempre estaba pendiente de cuidar mi voz, no soportaba pasar un día con afonía. Con tiempo y práctica mejoré mi voz y aprendí a alcanzar notas impensables tiempo atrás. Gané TODO en oído. Incluso lograba distinguir quién, de los cinco guitarristas, tocaba. Un año, apareció un violín. Delicado, como una cuna que te mece hasta caer dormida. Me ilusioné con él y sus melodías. Un fin de semana, taller musical, tuve en mis manos la guitarra de uno de mis compañeros, y me recordó, no sé por qué, a la de mi madre. En cuestión de minutos, recuerdo que estaba en la puerta de esa casita llorando. Cada día había ensayos, cambios de voces y decisiones…. El caso es que sentí una presión innecesaria. La música era mi afición, no una obligación, y parecía haberse convertido en eso. El último día recuerdo que salí llorando.

No dejé de cantar, en mis ratos libres. Conservo un montón de cosas relacionadas con ese coro, además de recuerdos en bares o salones de actos. De hecho antes de ayer soñé que pasaba por esa parroquia, para oírles cantar, aunque ya no estén ni la mitad.

La cosa es que ahora también hay una persona especial. Toca la guitarra, el piano y dice que tal vez empiece con el violín. Además de ser un amor de persona, es puro placer oírle tocar. No voy a decir siquiera su pseudónimo, porque él sabe que me refiero a él. Podría hablar solo de su música, como he hecho hasta ahora en esta entrada, pero no; y sé que repetiré cosas ya escritas, pero no me importa.

Fuimos al mismo colegio, de hecho el lo empezó un año que… de cierta manera, también fue un comienzo para mí. A pesar de estudiar varios años en el mismo centro, no nos conocimos hasta hace tres años y medio. Una de las primeras risas que compartimos fue por “Hacienda” o “Secretario”. Recuerdo la primera vez que le oí tocar, en ese salón. Sus manos no eran torpes, daba la impresión de que trataba al instrumento como si se tratara de una muñeca de porcelana, con delicadeza. Tal vez ahí me empecé a enamorar de su manera de tocar. Lo que pasa es que no solo quiero hablar de él como músico porque también es una persona muy grande, aunque no lo sepa.

Repetiré:

Su preocupación por mi alimentación no es algo nuevo, la verdad; hace ya algunos años que insistía en que comiese un poquito más.

Su música NO ES SOLO LA GUITARRA, el violín aun es solo una idea, creo, pero el piano… Si en ese curso escolar cerraba los ojos para disfrutar de una grabación, cómo no me voy a emocionar con música a un metro de mí. Desde hace varios meses pienso que cualquier día, me emocionaré en el momento más inesperado. Y lo siento, ahora me voy a dirigir directamente.

Muchísimas gracias, por estar siempre ahí. Por llevarme a casa, por abrazarme cuando lo necesito, por escucharme, por cantar conmigo a capella. Y… ¿sabes por qué más? Por estar, abrirme tu corazón… y llamarme princesa. Aunque sean letras escritas por otros. Sé que no lo has cantado intencionado, llámalo destino, pero era justo lo que necesitaba oír. Parece que está prohibido decir te quiero, pero me da igual. (Me voy a saltar mi regla del anonimato, sólo esta vez)Dani, eres puro amor, aunque no te valores lo suficiente. Y si se te sube ego cuando te digo que eres estupendo, será que lo mereces. No te deseo que seas feliz, que vivas de tu sueño, que es la música, ni que tengas suerte en todo lo que quieres. Porque no te hace falta. Lo vas a tener todo, Dani. He tenido muchos amigos que me han ayudado más de lo que yo merecía, pero tú… tú eres diferente. Te infravaloras y por eso tienes miedo. A mí no me engañas, por mucho que hayas podido perder timidez en estos años, te reservas muchísimo. Te das a los demás al 100%, ya sea tu familia o tus amigos, pero te encierras. Puede que yo te entienda, o no. No lo sé. A ver qué te parece. Cada tecla que pulsas, cada cuerda… es una emoción. Haces con la música lo mismo que yo con las palabras. Y seguro que me estoy metiendo demasiado, y puede que estés llorando mientras lees esto, pero TIENES que ser feliz, feliz de verdad. Amas la música, lo entiendo y lo respeto, y entiendo que te refugies a menudo en ella. Pero hay millones de personas que te pueden dar mucho más. Como ya he escrito antes, mis años en ese coro fueron algo inolvidable, de corazón. Pero después, ha habido más. Me he enamorado, he conocido a unos amigos brutales (en los que estás tú) y he aprendido muchas cosas. Tienes el poder, Dani; con tu voz, tu dulzura, tu forma de ser. Compártelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario