25 feb 2014

  1. Hace ya cuatro veranos me dio por ponerles nombres a las estrellitas del techo de mi habitación. La primera fue Sergio, está claro. Después Esperanza, Alegría, S.,…
    Total, hubo que pintar el techo y las estrellas desaparecieron. Es más, lo agradecí porque el tiempo hace que las personas dejen de ser “amarillos”. Me desprendí de todas, menos una. La conservé sobre mi mesita de noche, la contemplaba unos minutos antes de meterme a dormir. ¿Qué estarás pensando ahora mismo? ¿Sabes que pienso en ti? Con el tiempo, comprendí que era absurdo basar un recuerdo tan increíble en una estrella fluorescente. Se la regalé a una persona que que en ese momento necesitaba toda la ayuda del mundo. Y esa estrella era lo más grande que tenía.
    Me tatué el nombre propio de esa estrella Esperanza y empecé a sentir cosquillas cada vez que alguien acariciaba mi hombro.
    ¿Pero sabéis lo más bonito de esta historia de mis estrellas? Hace un tiempo casi he dejado de creer en que Sergio me ayuda en cada momento, pero mi Familia ha tomado el mando. Gnomi, con su zapato de princesa; RL, con sus palabras (puede que no las valore); Ele, con sus abrazos y cenas; Océano, con sus risas tontas; Estrella, con sus ratitos en bares; El guitarrista, con su “protección”; “ellas” con venir a mi casa a la hora de la siesta…. Y lo que queda. Ya no es dedicar entradas, ni decir que un@ vale más que otr@
    Y me siento la persona más tonta del mundo por haber estado tan ciega como para… necesitar fallos, para ver la suerte que tengo. Ya no es la música, ni los libros, ni “los vecinos”, ni los secretos, ni las noches sin dormir, ni los tés, ni las cenas…. NADA. No se me ocurren ya métodos para valoraos tanto como merecéis.

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