Algunas personas, como él, no están acostumbradas a
mostrarse débiles, pero todo es cuestión de teclas; yo le prometí, hace ya
tiempo, que encontraría su tecla, y ayer sucedió. No hay nada que un abrazo no
arregle, aunque… duele. No se lo dije: me duele verle mal, igual que me duele
cada minuto sin él.
Tal vez no sea cierto, pero siento que no necesito conocer a
nadie más. No sé dónde quiero estar ni cuándo ni cómo, pero por nada del mundo
quiero perderle. Ayer le dije un “Cállate” que me dolió incluso a mí, saber
que, por un momento, no quiero saber nada de lo que me pueda decir.
Y no sé muy bien porqué escribo, como si lo que siento fuera
cuestión de palabras. Podemos darnos las buenas noches, los buenos días,
llorar, cenar, desayunar… pero se sigue quedando corto. Llevo desde el martes,
creo, contando los minutos hasta el domingo; la idea de volver a su cuarto me
hace suspirar.
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