Sueño transformado en risas. Por todo lo demás, nada más que
normalidad.
“¿Qué quieres de comer? Vale, espera voy a ver si hay… Ahora
nos bajamos, compramos el pan y nos tomamos un café ¿ok?”
“Qué calor, ¿no? Ah. Sí. Ya sabes dónde está: en mi rincón del
sofá. ¿Te importa sacar dos platos llanos? Sí, mira: en la puerta de la
derecha. Eh, no me eches tanto. ¿Quieres algo de segundo?”
“CINE”. “¿Estás bien? Sí, sí. No te preocupes. Cambia terror
por asco. ¿Te has dormida? Que no, que estoy centrada, nada más.”
Curiosa la familiaridad que tienes con mi casa y el orden de
cada objeto. Curiosa la postura natural que tomamos en el sofá. Curiosa la
confianza de de mi perrita contigo, que, cómo no, has sido nuestro sofá. Curioso
que no sólo me acompañes a mí al médico, sino también a comprar medicamentos
para otra persona. Curioso que, siendo cafeinómana, haya pedido un helado
dulce.
Pero, ¿sabes por qué? Tú me haces dulce. Tú, con tu sobredosis de azúcar
en el té.
Has estado todo el día conmigo. Café, comida, película,
helado, otra película, parte de fútbol, niños y mimos. Mimos en mi cuarto,
sobre mi cama.
Pero lo mejor ha sido darme cuenta de que ya me conoces a un
nivel máximo. Sabes dónde las cosquillas se convierten en dolor. Sabes cuándo
mis silencios ocultan pensamientos. Sabes cuándo mi estómago se revuelve. Sabes
cuándo de mis ojos brotan emociones. Sabes cuándo miento y cuándo no. Sabes,
mejor que nadie, por qué mi ombligo es un punto especial, y también sabes hacer
magia. Sabes la historia que hay detrás de varias fechas, no todas, pero
suficientes. Sabes el valor que te doy.
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