Los miedos, más bien los temores, son una de esas ideas
innecesarias que suceden tan a menudo.
Llevaba demasiado tiempo pre-ocupándome, intentando
planificar, el día de hoy. Principalmente porque quería que te sintieses a
gusto.
Total, para qué. Para escuchar las vocecillas ilusionadas de
los más pequeños, que insistían en venir conmigo para conocerte. “Tranquilos,
que come aquí en casa; luego le veis”. Para finiquitar el asunto de caerles
bien, tú has sido quien portaba la bolsa de chucherías. Pero aun hay más: Nos
hemos tirado al suelo a jugar con ellos. Puede que a ti te hayan ilusionado más
los juguetes del niño, es normal, pero también mirabas, curioso, los de la
pequeña. Me ha hecho muchísima gracia la naturalidad con la que los pequeños
llamaban tu atención, pronunciando tu nombre como si te conociesen de siempre.
Más tarde, comienzan a llegar adultos y mis manos tiemblan. Pero
pronto nos sentamos a la mesa, tú en la silla de la derecha, y todo pasa a ser
normal. Una vez más, compartiendo comida contigo, pero, por primera vez, con
más personas en la misma mesa. No ha habido preguntas curiosas, ni cuchicheos;
sólo conversaciones sobre los pequeños o deportes: Algo simple y familiar, que,
por supuesto, me ha encantado. Has sido uno más: ¿Me pasas este plato/la jarra
de agua? Cómo no, has reído. Ya sabes que me encanta esa expresión porque da fe
de que, además de estar cómodo, estás feliz. El postre ha sido estupendo, igual
que las velas, la copita de cava o los cafés.
Pero sobre todo el café. ¿Por qué? Porque no sólo implica bebérselo.
“El café” es la parte de una comida formal que más dura. Más risas, más
recuerdos, más charlas…. Más confianza. Ha sido en esa parte cuando he visto
que nosotros vamos bien, más que bien. He visto trasparencia, palabras
sinceras. He sentido tu mano buscando la mía, pero también se ha acortado la distancia
que había entre nuestros asientos. Algo tan sencillo como acercarnos, sentir tu
olor muy cerca, sentir también tu calor, por supuesto.
Las horas han volado, como de costumbre en estos encuentros,
pero no olvidemos sumar el STOP en nuestros relojes. No sé si, antes de salir
de tu casa, dejaste el reloj de arena tumbado, pero ha ocurrido. He visto que
todo ha ido bien, muy bien. Mucho mejor de lo que imaginaba, mucho más natural.
Y, para rematar, hemos ido a Mucho más que un bar de copas. Tras
tantas horas tan cerca de mí y sin poder perder cierta cordura, tus caricias,
sobre todo tus dedos jugueteando con mis vertebras superiores, me han obligado
a suspirar bajando los párpados. Has venido a casa, una vez más, y has cogido
tu cazadora, la misma que me dejaste en la tormenta
Y, hablando de tormenta, ¿sabes lo que pienso? Tranquilo, no
voy a hablarte de miedos ni catástrofes. Pienso que esto que tenemos, que
compartimos, es un temporal de estos que hacen historia. Puede que sea demasiada
lluvia, tanta que nos ahoga, y es normal que pasemos cierto miedo. Pero este
amor es tan fuerte, tan tremendo, que es absurdo preocuparnos por los
desperfectos que pueda ocasionar. Una tormenta conlleva lluvia, agua, vida. Energía
necesaria para crear a esta última.
Resumiendo, siento que mi vida por fin sabe hacia dónde
tirar. Mis sonrisas están más presentes porque hay más oxigeno que las hace
posibles y mis sueños, aun sin alejarse mucho de la realidad, están más cerca; perdón,
están aquí, están sucediendo. Mi vida está avanzando y tú sigues ayudándome a sonreír.
No hay comentarios:
Publicar un comentario